lunes, 21 de abril de 2008

Por ellos merece la pena

Hoy en día todos los maestros tenemos muy clara nuestra vocación. Si ahora pasáramos una encuesta sobre la vocación docente podríamos vaticinar las respuestas. Los maestros tendrían muy clara su respuesta y sería del tipo –porque me encantan los niños, porque me siento útil aportando algo a la sociedad, porque la sonrisa de un niño merece la pena…–. Pero, ¿cuál sería la respuesta de un profesor de secundaria? Sería muy diferente de la de los maestros, pues no tienen tan claro, en su mayoría, qué hacen dedicándose a la educación. Esta es, en parte, la razón por la que quise continuar con mi formación. Soy maestra y me encanta la labor que realizamos, adoro a los niños, creo que su sonrisa bien merece todo nuestro esfuerzo… siempre teniendo en cuenta lo sacrificado de la profesión. Pero, ¿y cuando los niños abandonan el colegio de educación primaria para pasar a un instituto? Para ellos es un cambio enorme, y muchos se sienten un poco desamparados, pues ya no tienen la figura del tutor siempre pendiente de ellos. Está claro que no pueden tener siempre un tutor tan paternal, podríamos decir, pues tienen que madurar y volar del nido. Pero considero que ese cambio podría ser menos brusco y, quizá en las primeras etapas de E.S.O, los profesores tuvieran una formación más cercana a la de los maestros. Tampoco los psicopedagogos podemos ejercer esa función de tutor pendiente, pues no es nuestra competencia. Pero sí podemos dar recursos y orientar al docente para que éste pueda desempeñar su trabajo de una manera cómoda y lo más ajustada posible a las necesidades de los alumnos, siempre y cuando nos lo solicite. Después con esa información el profesor elige qué hacer, pues es él el que está en el aula y a quien le toca decidir qué hacer con sus alumnos.